Uno ya es padre o madre mucho antes del nacimiento de su hijo. Ocurre desde el momento en que descubres que estás esperando un hijo y, a veces, incluso antes, cuando surge el deseo, incluso solo el pensamiento de tenerlo. Y es ahí mismo, en la mente y el corazón de una madre y un padre, donde toma forma la idea del bebé, entre imaginación, sueños y proyectos. La espera es un período de intensa reflexión, que permite a los padres sentar las bases del vínculo de apego con el niño.
Para algunos es un proceso lento, casi imperceptible, para otros es una emoción disruptiva. La fantasía y la emoción son parte del viaje. Dedicar tiempo a escuchar los movimientos del bebé en el útero, imaginar qué hace, si se mueve y cómo, incluso cuáles son sus emociones y su estado de ánimo, no debe entenderse únicamente como fantasear; consideramos que es ya una forma de entablar una relación con el bebé, aprovechando el tiempo de espera para empezar a conocerlo, para que el nacimiento no sea un encuentro, sino un redescubrimiento. Este proceso de escucha, imaginación y diálogo, a través del tacto y las posiciones corporales, se conoce como vínculo prenatal.
Y cuando empieza la alimentación complementaria, no solo hay que procurar elegir ingredientes frescos y naturales, sino compartir la preparación de las comidas y sentarse juntos a la mesa. Esto reducirá su curva de aprendizaje y potenciará la armonía y el bienestar familiar.
La nutrición, desde la infancia, tiene importancia biológica, pero también psicológica, social y cultural. Nada más nacer, al bebé se lo coloca sobre el pecho de la madre para favorecer el apego y el buen inicio de la lactancia, de esta forma recibe la mejor nutrición posible y se fortalece el vínculo profundo entre madre e hijo, el llamado bonding. A medida que pasan los meses, los momentos relacionados con la lactancia y las primeras comidas siguen teniendo una importancia fundamental también en el aspecto social y de desarrollo físico y mental. Desde la vida intrauterina el niño experimenta y perfecciona poco a poco su capacidad para comer y tragar.
El sueño es crucial para la activación de procesos y mecanismos fisiológicos esenciales para el crecimiento y desarrollo correcto del niño. Garantizar las condiciones que le permitan dormir bien y con seguridad es, por tanto, fundamental para favorecer su bienestar.
Existe una correlación directa entre las horas de descanso y el crecimiento óseo de un niño. Gracias a unos mecanismos especiales, como la liberación de la hormona somatotrópica, una molécula que ordena la multiplicación de las células, los huesos se alargan y los diámetros del esqueleto se expanden. La hormona se produce desde la glándula pituitaria, una glándula ubicada en la base del cráneo, que funciona principalmente durante el sueño.
Desde los primeros momentos de vida del bebé, el personal de maternidad realiza una rápida valoración de sus condiciones de salud (1): frecuencia cardíaca y respiratoria, tono muscular, reflejos y color de la piel son los 5 parámetros que se evalúan para asignarle un número de 0 a 10, el llamado Índice de Apgar, acrónimo de Apperance, Pulse, Grimace, Activity y Respiration, es decir, color de la piel, frecuencia cardíaca, reflejo de estimulación nasofaríngea, tono muscular y respiración.
Cuidar de un hijo es mucho más que alimentarlo bien, velar por su salud, asegurarle las mejores condiciones para un descanso saludable. También implica colmarlo de atenciones, mimos y abrazos y responder a sus necesidades con conciencia. Significa preparar un ambiente acogedor y pacífico dentro de la familia donde puedan sentirse protegidos y seguros. A través de pequeños pero fundamentales gestos cotidianos, los padres pueden hacer mucho para promover su bienestar y desarrollo físico y mental.
Durante sus primeras semanas de vida nada le tranquiliza más que un abrazo, sentirse en un espacio contenido, envuelto en los brazos de su madre, reconocer su olor y sus latidos, su voz; todo le recuerda a las sensaciones placenteras vividas en el útero materno… Ahora, para acostumbrarse a su nueva vida, para aprender a descubrirse a sí mismo y al entorno que le rodea, necesita a sus padres más que nunca.
Los primeros años de la vida de un niño son una tumultuosa sucesión de descubrimientos y logros. Desde el momento en que nace y parece no hacer nada más que dormir, comer, llorar o mirar a su alrededor con grandes ojos de asombro, el niño se fortalece, afina sus sentidos, completa el desarrollo de su sistema nervioso aún inmaduro y absorbe información sobre el mundo que lo rodea, se alimenta del amor de quienes lo cuidan, aprende a interactuar con objetos y personas, a moverse, a comunicarse. Mamá y papá, ahora más que nunca, son un referente fundamental.
Según Thomas Berry Brazelton, pediatra y psiquiatra infantil, «la tarea de los padres no es buscar comparaciones con las características de otros bebés, sino estar atentos a las características propias del suyo».
La elección y el correcto uso de los productos de puericultura juegan un papel importante en el correcto desarrollo físico y cognitivo del niño y ayudan a su bienestar. La sillita para el coche, el cochecito y la habitación del bebé suelen elegirse con mucha antelación, basándose en los consejos de amigos y tiendas especializadas pero, paradójicamente, sin haber consultado al destinatario.
La oferta de productos para la primera infancia es muy amplia y diversificada y responde a los diferentes gustos y múltiples necesidades funcionales de quienes cuidarán del niño. Sin embargo, ¿son conscientes los padres de las implicaciones que estos productos pueden tener en el correcto desarrollo físico y mental de tu hijo?